Los estereotipos adolecen, enferman, porque te invalidan. Y ese es un aspecto de la migración

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Servicio de atención a mujeres en situación de violencia basada en género

Canales de denuncia contra la violencia sexual y de género

Qué son las Unidades Especializadas en Violencia doméstica y de Género

Red uruguaya contra la violencia doméstica

Abstención, falta, omisión, prohibición, olvido, represión. Entre las posibles definiciones y formas de uso que enlista la Real Academia Española, la palabra “silencio” aparece una y otra vez marcada por la ausencia. Puede ser una ausencia voluntaria, impuesta o un cruce de ambas, de condiciones y circunstancias, pero cuando hay silencio siempre, siempre, hay una voz que calla.

Camille sabe de eso. Es psicóloga en formación constante y dedica su vida al psicoanálisis, la práctica terapéutica que, asegura, pone a las personas a hablar. Y hablar es, en general, la única manera de aliviar un tipo de sufrimiento. Es uno de los grandes aprendizajes que le han dejado sus miles de horas de clínica y de diván, que en el último tiempo abocó a una población específica: las personas que migraron a Uruguay.

La propia Camille es migrante. Hace cuatro años, cuando llegó de Brasil por motivos profesionales, comenzó a investigar sobre psicología clínica y se percató de que para sus compatriotas brasileñas, generar un acompañamiento terapéutico en un país que funciona en español puede ser un obstáculo importante. Entonces orientó su trabajo, su espacio de escucha, concretamente hacia ellas, y se abrió paso a un mundo de relatos variopintos pero con un sinfín de puntos en común. “Cada historia es única”, dirá desde un sillón de su consultorio en el barrio de Pocitos, “pero los discursos se repiten”.

Cuando divulgó su quehacer hacia los brasileños, lo que más recibió fueron consultas de mujeres. En la práctica, Camille entendió que aunque hubiera otras colegas que podían atender en portugués, algo en su construcción social de mujer brasileña le permitía acercarse de una manera distinta a las vivencias que le narraban. La percepción se mantuvo cuando decidió extender su servicio hacia migrantes de toda América Latina y se siguió encontrando con los mismos testimonios: de sus vidas en Uruguay, muchas mujeres querían referirse a la angustia, la ansiedad, el malestar y la violencia. Y de la mano de la violencia aparecía el silencio. El silenciamiento.

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En la experiencia de Camille, hay dos formas bien distintas en que la cuestión de la violencia de género aflora en consulta. Hay quienes que llegan a su espacio con una historia a cuestas, un relato que compartir, una vivencia sobre la que trabajar, y están las que llegan con otro asunto, otro tipo de problemáticas, y terminan descubriendo allí, sentadas en ese sillón, ante otra mujer migrante, que están o han estado insertas en una situación violenta.

Esa violencia aparece en forma de una relación de pareja abusiva, pero también en contextos académicos, institucionales o laborales. “Muchas mujeres llegan hablando de este malestar con hombres que tienen un modo muy opresor en relación a su técnica, su trabajo, a veces su ropa, su modo de hablar”, explica la psicóloga. “Ya escuché esto de: ‘Me parece que a Tal persona -que es un gerente, un director, porque en esos cargos la mayoría son hombres-, yo le doy asco”.

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El modo de hablar de Camille es suave, tácitamente tierno, pero cuando comparte que algunas migrantes creen que les dan “asco” a ciertos hombres en situación de poder, sus palabras golpean el aire con la fuerza de un ciclón. No son las únicas con ese efecto.

“Aparece el acoso sexual también y la violencia doméstica; o mujeres que saben que están en relacionamientos abusivos, algunas en dependencia económica, y no logran salir de la relación”, enumera. “Y son muchos los cuestionamientos sobre cómo se dio ese proceso. Las mujeres se colocan en esa posición de culpabilidad por haber estado en determinado trabajo, haber ido con una ropa que llamó la atención, por hablar un poco más así… Y pasan cosas. Es mucho lo que está en juego en un proceso migratorio y hace que esas mujeres, de facto, se encuentren en situaciones de vulnerabilidad”.

Desde Rivera, la representante de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en territorio, Miguela Alvez, cuenta que en más de una oportunidad le tocó acompañar situaciones de violencia doméstica o discriminación en la que el camino hasta llegar a una denuncia o potencial denuncia, fue “complejo”. O bien la víctima percibió una desventaja en la garantía de sus derechos frente a un victimario uruguayo, o bien quiso “evitar un problema” por haber experimentado antes una discriminación o violencia institucional en los espacios donde debía presentar su reclamo formal.

Sensibilizar a las mujeres migrantes sobre sus derechos en relación a la violencia de género en Uruguay, señala Miguela, es una necesidad.

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En Uruguay, la Ley 19.580 de violencia hacia las mujeres basada en género tiene como cometido “garantizar el efectivo goce del derecho de las mujeres a una vida libre de (…) toda conducta cometida por particulares, instituciones privadas o agentes del Estado, que sustentada en una relación desigual de poder en base al género, tiene como fin o resultado disminuir o anular los derechos humanos o las libertades fundamentales de las mujeres”. La legislación comprende a todas las mujeres y contempla manifestaciones a nivel físico, psicológico, emocional, sexual, por prejuicio hacia su orientación sexual, identidad o expresión de género; económica, patrimonial, simbólica, obstétrica, laboral, en el ámbito educativo, política, mediática, femicida, comunitaria, institucional, doméstica y étnica racial, además del acoso callejero.

Aunque su implementación todavía es objeto de discusiones en relación al presupuesto asignado, el 22 de febrero de 2022 comenzará a funcionar el primer juzgado especializado en violencia de género, uno de al menos tres que deberán crearse según lo estipulado por la ley. Estará en San Carlos, Maldonado; los siguientes se ubicarán en Rivera y Paysandú.

Por el Sistema de Respuesta en Violencia Basada en Género establecido por la misma ley, además, el Instituto Nacional de las Mujeres (InMujeres) inauguró recientemente su quinto centro de estadía transitoria para alojar a mujeres con hijos en situación de violencia. InMujeres también cuenta con alternativas habitacionales para mujeres en procesos de salida de este tipo de violencia, entre otros servicios.

En tanto, existen 58 Unidades Especializadas en Violencia Doméstica y de Género (UEVDG), que en su mayoría funcionan las 24 horas del día y permiten radicar denuncias de violencia de género por parte de la víctima, de una tercera persona o de forma anónima. Para la violencia doméstica funciona un servicio telefónico gratuito que ofrece orientación a las víctimas (0800 4141 o *4141 desde el celular); y una línea de recepción de denuncias anónimas (0800 5000).

En 2019, la Encuesta Nacional de Prevalencia sobre Violencia Basada en Género y Generaciones determinó que en Uruguay, el 76,7% de las mujeres mayores de 15 años -eso es ocho de cada 10- han sufrido una situación de violencia de género al menos una vez en sus vidas. La cifra asciende a 81,1 % cuando de población migrante se trata.

La encuesta arroja que tanto en el ámbito educativo como en el social, el laboral, en la infancia por parte de la familia y en la pareja actual o ex pareja, las mujeres migrantes presentan una prevalencia de violencia de género más alta que las mujeres uruguayas; los números pueden contemplar casos ocurridos en sus países de origen. Y también refleja que en el acumulado de mujeres nacionales o extranjeras, el 40,9 % de las que buscó ayuda ante una situación de violencia laboral, fue porque creyó que su reclamo no iba a generar ninguna consecuencia.

Porque cuando hay silencio, siempre hay una voz que calla.

Violencia de género

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Al margen de la denuncia en el ámbito formal correspondiente, una de las principales herramientas para trabajar sobre una situación de violencia es el diálogo y la escucha. En ese sentido, Camille defiende los mecanismos del psicoanálisis porque permiten “interrogar la posición del sujeto desde el extrañamiento”, a partir de preguntas sencillas: ¿qué es eso? ¿Cómo es? ¿Me puedes contar más?

Pero la sencillez no aplica a los procesos. Trabajar estas heridas puede ser tan doloroso, que para algunas mujeres parecerá más “fácil” abandonar la terapia que el propio círculo violento. “Una mujer violentada tiene vergüenza hasta de contarle a la familia”, dice Camille. “Y cuando están la culpa y la vergüenza, es muy difícil pedir ayuda”.

El espacio de escucha que ofrece Camille se llama Divã Online y funciona de manera virtual y presencial. La ONG Idas y Vueltas cuenta con un espacio psicológico gratuito (también con una enfermería intercultural) dirigido a población migrante, en el que se hace una orientación o acompañamiento según lo requiera el caso. La Facultad de Psicología, en tanto, ofrece apoyo gratuito para adultos en situación migratoria o de refugio. E Inmujeres cuenta con 33 servicios de atención psicosocial y legal para mujeres en situación de violencia basada en género; y con dos de servicios de atención a mujeres en situación de trata con fines de explotación sexual

Entre 2015 y 2019, los primeros recibieron 65.185 consultas; y los segundos atendieron a 393 mujeres, según datos oficiales.

Esos espacios son, quizás, alternativas para terminar con la que Camille denomina “la gran enfermedad”: el silenciamiento. “La mujer migrante muchas veces viene sola, y cuando pasa tales violencias o abusos no habla, y eso hace que cada vez haya más silencio. Me parece que esa es la gran enfermedad de todas, porque las mujeres ya fueron muy silenciadas por toda una historia secular. Y esa normatividad de cómo vivir es lo que más enferma, porque a veces la mujer no se quiere casar, no quiere tener hijos, no le gustan los hombres y su cuerpo quiere sentir placer y no puede”, reflexiona. “Por más de que estamos en el siglo XXI, la construcción de género, social, todavía es tabú, y eso silencia. Todavía hoy es difícil para las mujeres desear otras cosas que no sean las que la sociedad le habilitó. Y eso pone a la mujer migrante en una situación de vulnerabilidad máxima”.

Vulnerabilidad, violencia y silenciamiento se cruzan frecuentemente sobre la propia identidad de la mujer migrante que llega a Uruguay. Los colores que trae, sus ropas, sus costumbres, sus sonidos, su forma de ser, chocan contra un sector de la sociedad que la hace sentir ajena, incomprendida, fuera de lugar. Entonces una brasileña que solía maquillarse mucho abandona las sombras estridentes; entonces una venezolana deja de usar los vestidos coloridos y sale en busca de una paleta sobria; entonces una cubana deja de bailar sola para evitar que un hombre la malinterprete.

“Muchas mujeres se anulan y caen en una depresión, porque la depresión es eso, una pérdida de la identidad”, dice Camille. “Los estereotipos adolecen, enferman, porque te invalidan. Y ese es un aspecto de la migración”.

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Cada proceso migratorio es único, porque cada historia es única, pero hay relatos que se reproducen. Por eso, cada vez que Camille recibe a una mujer migrante en consulta, hay una fibra suya que se sensibiliza. Y en ese proceso ajeno que también es propio, esta mujer recoge similitudes, las cuestiona, elabora preguntas y las devuelve, para perpetuar el diálogo, abrir la escucha y romper, de una vez, el silencio.

Porque de tanto hablar, de tanto repetir, de tanto decir lo vivido, lo pasado, lo sufrido, el discurso cambia. ¿De qué se trata? Camille lo resume así: “Es salir del lugar de víctima para pasar a estar en un lugar de protagonismo”.

Violencia de genero - Camille

Camille

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